Las almas de los niños, así preparadas, podrían comprender aquello que vivirían con Nuestra Señora del Rosario de Fátima y transmitirlo a todos, hasta nuestros días.
Las apariciones y mensajes dados por la Virgen en Fátima el año 1917, nos muestran el amor omnipotente de Dios Padre actuando de forma extraordinaria en favor de la humanidad. Al respecto, las enseñanzas de los Papas nos muestran que esos mensajes están al servicio de la salvación de cada ser humano particular, en todo tiempo y lugar. Porque las propuestas de la Virgen solo buscan llevar a todos hacia su Hijo; que Cristo sea reconocido, amado y alabado, como Dios vivo y actuante en la historia cotidiana. Y hay para ello una pedagogía.
Ya un año antes de que María se posara sobre una encina en 1917 ante los pastorcitos —Lucía, Francisco y Jacinta—, ellos habían presenciado la aparición de un Ángel que los exhortó a estar plenamente centrados en Dios, para prepararlos a la venida de la Virgen y lo que ella les comunicaría, la misión que les encomendaría:
“¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Orad conmigo”, les dijo y centró el objetivo de su presencia en enseñarles a rezar con la siguiente frase: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”.
Luego, en la tercera y última aparición ocurrida el otoño europeo de 1916, ese Ángel continuó aquella ‘pedagogía’ espiritual, enseñándoles una nueva oración que resalta nuestra pertenencia filial, dada en Cristo, a Un Dios Trino: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que Él es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.”
Las almas de los niños, así preparadas, podrían comprender aquello que vivirían con Nuestra Señora del Rosario de Fátima y transmitirlo a todos, hasta nuestros días.
Hoy, cuando la Imagen de la Virgen de Fátima peregrina por las diócesis de Chile, todos somos llamados a seguir el camino recorrido por los pastorcitos, para bien de nuestras almas y de la sociedad chilena en su conjunto.
Este compromiso de vivir según la voluntad de Dios enseñada por la Iglesia —que se fortalece consagrándose al Inmaculado Corazón a través de la oración que se lee en cada comunidad que recibe la imagen— abre surco a la vida nueva en Cristo y por ende al bien común de nuestra sociedad.